4/2/2012: Cumple de Yenifer
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"La realidad tiene límites, la estupidez no"
Napoleón

Todos sabemos que el sol marabino es inclemente, pero me había olvidado de la persistencia de la juventud. Revivirlo fue una delicia
Mis escarceos con el Sol

Luego de cumplir con los compromisos filiales, Heberto y yo nos regresamos al hotel a emperifollarnos, para así llegar puntuales, a pesar de los pronósticos, a la fiesta. Los Quince de Yenifer. Al no ser los primeros (el sol llegó antes que nadie, cual chicharrón en paila maracucha) me dio mucho gusto haber tenido el tiempo suficiente para desearles “Feliz-Año” a mis seres queridos.

Ese gusto no me duró mucho, pues ya cuando habían pasado aproximadamente 90 martirizantes minutos, el sol seguía brillando como si la quinceañera hubiera llegado, la coreografía hubiese impactado a todos los que allí estábamos y, sobre todo, seguía brillando como si la cañandonga hubiese estado al servicio de los invitados. Pero no! Todo eso ocurrió casi una hora más tarde. Mientras tanto, el sol hacía de las suyas.

Nos llegaban comentarios desde las más diversas fuentes. El más insistente era que la quinceañera se fue a maquillar en San Jacinto, un sector marabino que dista muchísimo de la granja donde se celebró el evento y, como si fuera poco, la asesora estética era Heidy. Al enterarme de esta última noticia, no me cupo la menor duda que primero nos derretiríamos antes que Yenifer llegara a impactarnos con el collage de sombras y rubores que tan profesionalmente supieron aplicarle para resaltar su ya inminente belleza.

El sol en Maracaibo es un ícono que todos los que hemos vivido bajo su brillante fulgor llevamos tatuados en la memoria. No me cabe la menor duda que este proceso se empezó a gestar cuando entre los fogones de mi casa y en una mesa de madera dispuesta para tal fin, me concentraba todos los días en hacer la tarea del colegio, mientras que la emisora de radio que usualmente sintonizaban mi abuela o mi mamá disparaba, antes de hacer la publicidad correspondiente, este slogan que luego se convertiría en una máxima que nos ayudará posteriormente a ejercer ese regionalismo tan característicos de quienes nos sentimos orgullosamente maracuchos.

… desde Maracaibo, la ciudad con la gente y el calor de más alta calidad en el mundo!

Luego que uno deja esta ciudad, que no tiene nada de bendita, la lejanía (en la distancia y en el tiempo) hace que la coraza que se construye para convivir de vos-a-vos con este rubio protagonista tan presente, tan vivo y tan ardiente se vaya debilitando. Ocurre muy a menudo, entonces, que espontáneamente explote una guerra de amor-odio en lo más interno del maracucho que todavía conservamos intacto, tal como me ocurrió mientras esperaba que apareciera Yenifer.

Pero no siempre fue así.

Desde muy pequeño y durante unos cuantos años “me-fui-a-pie” para el Orangel Rodríguez, escuela donde estudié la primaria, y el regreso, precisamente al mediodía, lo hacía acompañado inevitablemente del catirito que a esa hora no hay manera que conceda perdón alguno.

Para asistir al Alonso Pacheco, donde estudié el Ciclo Básico, aprovechaba la invitación de t’Isidro quien salía a trabajar con su carro por puesto muy temprano en la mañana y me daba la cola “hasta’llá”. Este líceo lo inauguraron en una sede temporal que estaba ubicada cerca de "Pollos Vilva", luego migró hacia una zona muy distante de donde yo vivía y que se me hacía muy desértica, La Limpia, por lo que el regreso resultaba otra cosa: A pleno mediodía, montado en un autobús que ya ni recuerdo su nombre, ni la ruta y luego en “Las-Pulgas” el trasbordo… cuando mamá no me podía ir a buscar.

Pensamos nosotros los maracuchos que nuestro sol tiene su propia personalidad y ni de casualidad se nos ocurre imaginar que cualquier otro (como si hubiera otro) nos pueda impactar de igual forma y con la misma energía. Por ejemplo, cuando vamos a la playa... a ése también le gana en calidad el sol de Maracaibo.

Sin embargo, con ese sol también he tenido mis encuentros, no necesariamente muy gratos que digamos.

Luego de aprobar el sexto grado, durante las tradicionales vacaciones escolares, me fui para Margarita con ti’Ángela y con t’Isidro. En la playa que queda al frente de donde vive la Sra. Eladia me entretuve durante todo un día jugando y recolectando caracoles y conchas. El sol nunca me molestó mientras estuve allí pero luego, cuando por la noche trataba de conciliar el sueño, los puyasos iban y venían a su libre albedrío. Recuerdo claramente que la irritación de la piel de la espalda no me molestaba para nada, sino aquella rebelión de puyas que espasmódicamente aparecían y desaparecían y que me mantuvieron despierto durante toda esa noche. Mucho más amable el sol de Bora-Bora (como verán diferente al de Maracaibo y al de Margarita) que se encompincha con el turquesa del agua y la hace más dulce y relajante.

No así el de Los Roques…

Aquel pasaje que tuvo como escenario el paradisíaco paisaje de Los Roques no quisiera que se repitiera nunca más. Antes de salir de la posada donde estábamos hospedados Heberto y yo, el gerente me advirtió que no me olvidara de llevar el protector solar. Si bien me llegó muy claro el alerta, muy conscientemente no le hice caso alguno y, por el contrario, me aseguré de que entre los enseres que llevaba conmigo estuviera el pote de bronceador. Por la tarde, cuando regresamos, la cara que puso el gerente al verme entrar a la posada me indicó que algo no andaba bien. Tan solo logró expresar “te dije que te llevaras protector solar” y la cara seguía transfigurada aun después de desaparecer en la habitación para verme en el espejo… ¡!!!#$%#$%... aquello no era normal…

El Coquivacoa fue otra cosa. Con quince años me vi en este liceo, donde estudié el Ciclo Diversificado, explorando el nuevo mundo, ése que te ofrece el formar parte de la elite de quinceañeros próximos a cumplir la mayoría de edad, aun cuando todavía falten dos años y pico para ello. Se inaugura la vida social y el sol y el calor importaban poco. Recuerdo, sin poderme imaginar cómo, que mi pinta preferida eran los suéteres cuello tortuga y si bien cuando los usaba el sol, generalmente, ya se había escondido, el nivel de la temperatura sobrepasaba con creces cualquier lógica que pudiera justificar aquella manera de vestir. Sin embargo, allí estaba yo, orgulloso de cualquier combinación que hubiera logrado con el suéter beige, los pantalones que debieron haber sido marrones (no recuerdo bien) y el calor omnipresente.

El regreso diario a mi casa desde el Coquivacoa también siempre fue-a-pie, al mediodía. Una distancia considerable que la cubría aproximadamente en media hora. Recuerdo a Alexánder Larrazábal acompañándome alguno de esos candentes paseos.

La anécdota que más presente tengo en mi memoria es aquélla que ocurrió un mediodía (supongo que estaría de vacaciones) cuando caminando por una de las avenidas más transitadas de Maracaibo, me dirigía a-pie hacia La Cotorrera, un centro deportivo en donde se sembraría mi primer desencuentro con la natación, y un carro se detuvo a mi lado. Era Jovito. Me preguntó que para dónde iba. Le habré contestado muy rápido y sin dejar de caminar … Él no podía retroceder y yo seguí mi camino a paso apurado hacia El Milagro… todavía me faltaba como una hora de camino. De esto hace más de 35 años (muchos más!). Jovito se extraño tanto de mi “falta de atención”, según él, que se fue directo a mi casa e interrogó a mi mamá: “María, ¿Qué le pasa a Eguita?... lo conseguí caminando a pleno sol y no me quiso aceptar el empujón”. Todo esto aderezado con ese dramatismo que los maracuchos le imprimimos cuando queremos hacer entender que “la vaina” es grave!!!

Para mí no había nada extraño en aquel encuentro fortuito, pero Jovito no pensó lo mismo. Aquellos días cuando iba casi diariamente a La Cotorrera se sembraron en mi memoria para siempre. Todo resultaba novedoso y prometedor.

Fue esta la época en la que aprendí, de tanto llenar los crucigramas de El Panorama, que Ra era el Dios del Sol, pero ése era el Dios de los Egipcios, a ése también le gana el de Maracaibo. Esto lo he podido comprobar recientemente cuando el año pasado buena parte de vacaciones las invertí reconociendo las pirámides, los templos faraónicos y los tesoros que el Imperio Egipcio le ofreció por casi más de 2000 años a la Historia Universal. Tan obvia era la mala calidad de ese sol que se notaba en las fotos que envié mientras hacía el consabido recorrido por el Valle de los Reyes y el de las Reinas siempre me acompañó una u otra bufanda que compré especialmente para protegerme del sol. Sin embargo, mis amigos extrañados de que (supuestamente) habiendo tanto calor en el desierto egipcio, me cuestionaron mi andar tan abrigado e, incluso, alguno quiso resaltar mi increíble apego por la moda. Hube de explicar lo apropiado de mi atuendo para evitar un bronceado innecesario. Ese sol solo sirve para brillar… nada como el de Maracaibo.

Lo consecuente del sol marabino no tiene precedente. Hace apenas unos tres años, fui a Maracaibo para celebrar con Heidy su grado. Aproveché de hacer un par de citas que ayudarían a proyectar a MisHijos en la región. Cuando pretendí acercarme a-pie a la esquina acordada para encontrarme con mi futura socia, Mila me miró como si estuviera loco y lo único que dijo fue “…será pa’que te desmayeis!!!”. Me costaba creer que hubiese olvidado la intensidad del asunto, pero, unos minutos más tarde, pude comprobar que Mila no exageró. Para nada.

Me perdonan este desvío de la reseña, pero es que este encuentro con el sol marabino despertó memorias que no sabía que tenía tan presentes.

Finalmente, Yenifer apareció, espléndida en su traje azul y maquillada, según los comentarios que pude escuchar de muchos de los presentes, a la perfección. Inmediatamente, se dio inicio al tradicional vals con el que se presentó a la sociedad marabina (y al sol que no dejó de estar nunca presente) a esta niña que creció sin que muchos nos diéramos cuenta.

Las coreografías, bajo la dirección de Henry, fueron uno de los platos fuertes de la celebración. Aunque si hablamos al-pie-de-la-letra de los platos fuertes, habría que resaltar las empanaditas y las mandocas, los dulces súper-delicados y muy variados y los bollos pelones que, entre otros manjares maracuchos, me hicieron reiterar el sabor que caracteriza la gastronomía de mi ciudad (el guiso de las empanadas de carne estaba mezclado con papa, tal como lo preparaba mi mamá: Una delicia!).

La piscinada que se ofrecía en la invitación que nos hiciera Liliana y Antonio merece una mención aparte y muy particular, que a su vez me hace retomar mis escarceos con el sol. Daba gusto ver cómo los chipilines, bajo el ojo visor de sus respectivos padres alrededor, disfrutaban de las zambullidas y de los juegos típicos que suelen ocurrírsele a todo aquel que se le permite andar en paños menores y con el agua hasta la cintura. Estoy seguro que a ninguno de ellos le pasó por la cabeza la incandescencia del catirito… simplemente estaban disfrutando de una fresca, muy fresca tarde marabina…


Coreografías by Henry: Sensacionales!


La torta: Toda una obra de arte


La piscinada: para la delicia de chicos y grandes


Siempre divertida y revitalizante la experiencia de la Hora Loca


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